domingo, 25 de mayo de 2008

Capítulo 11: Así Habló... Las Tuortas

Hoy el tiempo le lleva a callejones oscuros donde no llegan nunca los cálidos rayos solares o el feliz ambiente primaveral. La tristeza lo ampara todo y aquello le atraía como un juego peligroso del que sabe que no va a escapar. En este estúpido callejón trasero caminan y viven los insulsos y olvidados, los tenaces perdedores, los eternos vagos, los ilusos desgraciados que se alimentan de sueños para poder vivir. Todos estos rastrojos faltos del más mínimo carácter de vitalidad, se mueven bajo tenues luces amarillentas de farolas que absorben todo el brillo de sus almas para alumbrar el asqueroso lugar por el que se mueven. El ambiente en esta calleja es tan pesado que el propio aire que respiran está viciado por un carácter indolente de derrotismo, pero sin él no podrían seguir sobrellevando en sus hombros la pesada cruz que significaba su existencia. Mueren en vida por los mismos motivos de los que en el fondo no quieren escapar, y sus débiles cuerpos a la deriva atraen a las presas más ambiciosas.
El Enviado caminaba por el lugar donde esta gente hacía su vida, seres que consideraba un desperdicio que la humanidad no podía permitirse, más aún, en la situación en la que ésta ahora se encontraba. Se ahogaban en sus propios lamentos y cada vez se sumergían en un agujero más hondo y oscuro. Para él era una acción urgente salvar a todas estas personas de sí mismos, pues estaba convencido que la degradación a la que habían llegado sólo era culpa de sus atormentadas mentes, de sus erróneos pensamientos que los habían conducido a enfermar. Todos eran personas inteligentes y sensibles, pero también enormemente cobardes y susceptibles, capaces de agrandar heridas que nunca llegaron a existir.
El Enviado no paraba de caminar entre ellos, observando sus caras, adivinando sus vidas y el mal que les aquejaba, en el mismo momento en que pensaba en cómo salvarlos, cómo reclutarlos para la causa que defendía, para él la mas noble y honesta de todas. Seguía nervioso, dando vueltas a ese mundo de malestar y angustia perpetuos, y no sacaba nada en claro. Sus dudas aumentaban con las horas y comenzaba a sentir de manera palpable la hostilidad de quienes veían en su forma de andar y de mirar un halo de bienestar y de seguridad que les infundía gran nerviosismo.
La tensión empezaba a ocupar su posición en el ambiente, junto a la pesadez de las horas de reloj. En un arrebato de gran excitación, el Enviado se subió encima de un gran cubo de basura mugriento y comenzó a gritar para que sus palabras pudieran impactar con gran dolor en sus contusionados corazones:

- ¡Ha llegado el gran momento para vosotros! Dejad de una vez de pensar y comenzad a actuar, sólo de esta manera podréis curar la enfermedad que os mata lentamente. He venido para ayudaros a coger el camino más adecuado, por el que olvidaréis las penas y aprenderéis a no dejar ninguna página más en blanco. Solo necesito que me escuchéis un momento y dentro de vosotros nacerá la valentía para seguirme.

Un frío silencio se adueña de todos los presentes. Al fondo una silueta gris, que el enviado no logra visualizar debido a su lejanía, empieza a moverse y se acerca él lentamente. En mitad del camino el sujeto se para y levanta el brazo para señalarlo con el dedo índice:

- ¡Mirad todos! si tenemos aquí al mismísimo Jesucristo que ha bajado de los cielos para darnos la palabra de Dios.

Una ruidosa carcajada inundó de desesperación los oídos del Enviado. A todos les había hecho mucha gracia el comentario y muchos reían hasta la extenuación. Cuando al fin se apagó la marea de risas, consiguió de nuevo elevar la voz.

-No soy hijo de ese infame Dios, sino origen del sol, al igual que todos vosotros. Toda la vida de este planeta le debe su existencia, esa que tanto despreciáis, por esta razón no dejáis que ninguno de sus rayos de esperanza entre a este patético lugar donde habitáis. Teméis que la verdad que os muestre deje patente la ridícula y abnegada vida que lleváis, solo fruto de vuestro error, nacido de la abundancia y de un mundo que no ha sabido trasmitiros valores porque los ha perdido. Son ya muchos años los que habéis llorado aquí, pero ahora vengo a anunciaros que la realidad de la que escapasteis esta cambiando. Solo con dolor y sufrimiento pare la mujer, de la misma forma lo hace la humanidad para conseguir un mundo mejor. Las dos fuerzas que eternamente han cohabitado en el hombre y que se han enfrentado desde los primeros momentos de su existencia ya no se reprimen, y los dos mundos se han esparcido en una gran explosión que ha manchado de sangre todos los países y regiones del mundo. El dinero contra la humildad, la paz contra la guerra, la solidaridad contra la ambición, el bien contra el mal. Solo vosotros decidiréis donde posicionaros, puesto que si seguís aquí ayudareis a las fuerzas infames de quienes quieren esclavizar el mundo con su dinero y sus engaños. Ahora tenéis la oportunidad de salir de esta calle llamada angustia para luchar por algo que os haga sentir vivos. Necesitamos vuestra fuerza e inteligencia para ganar al enemigo. Muchos de vuestros congéneres ya han dejado su sudor y su sangre por vosotros, y desde el olvido de sus almas os reclaman.

El discurso no había cambiado el rostro de nadie, seguían las caras escépticas y curiosas de los primeros momentos, junto al silencio que persistía.

- Vienes tu a darnos lecciones estúpido ser, no eres más que otro maldito demagogo que viene a contaminarnos con sus ideas. Nuestra frustración viene del eterno engaño de personas como tú. Nos arrastráis a aventuras idílicas con las que damos la vida y, ¿para qué?, para que otros tomen el poder y perdure la injusticia.

- Son duros reproches que no os corresponde a vosotros el decírmelos, solo los aceptaría de aquellos que ahí fuera dejan su vida en el intento de cambiarse así mismos. Pero de ellos no he escuchado aún nada, sólo de vosotros. Os dedicáis a cultivar el sufrimiento y de él os alimentáis, os quejáis de vosotros mismos pero a la vez no deseáis otra cosa más que penitencia. A diferencia de vuestra postura, yo si creo en lo que hago y por ello vivo y no cejaré en el empeño.

- No pretendas que nuestras espaldas soporten toda la culpabilidad humana, es una carga demasiado pesada para la que nos corresponde. Sólo somos unos desgraciados que saben con certeza que este mundo es solo realidad y deseo, y nada más. Por eso nos apartamos de él, y es preciso que la gente se de cuenta de esto cuanto antes.

- Llevo poco tiempo aquí y sólo consigo de vosotros un mal sabor de boca. Comprendo el por qué de vuestra situación, todo el que aquí arribe se contagiaría fácilmente. Más para poder transformar lo que os rodea es necesario cambiaros a vosotros mismos. Esta es mi última lección y por ello he venido.


Comenzó un murmullo que pronto se convirtió en un grito sordo cargado de odio contra el Enviado. Algunos de ellos se acercaban peligrosamente hacia él. Una piedra fue lanzada contra su cabeza e inmediatamente se produjo la avalancha…

Poco tiempo después la sangre de un cadáver teñía toda la calle de un intenso color rojo. Sus moradores quedaron horrorizados ante la crueldad que habían cometido. Una vez más la desesperación se apoderó de ellos y volvieron a sus rincones para seguir llorando por el sentido de culpabilidad, aguardando las horas en este mundo que les había tocado vivir…