martes, 1 de abril de 2008

Capítulo 9: Y pasaba ella (by Andrés Hurtado)

Andrés era un chico normal, estudiante normal, un trabajo basura normal, para un chico de 21 años normal, o por lo menos a simple vista. La verdad es que Andrés tenía algo que los demás chicos de su edad ni siquiera sabía que existía. Era consiente de los valores perdidos de esta sociedad. De que el honor siempre debe acompañar a una persona, que los caballeros de capa y sombrero de ala ancha nunca debería haber desaparecido, de que la cultura con mayúsculas está en los libros, y que lo que diferencia a los humanos de los animales, no es otra cosa que la capacidad de realizar un buen juicio de valor, con unos valores dentro del sentido crítico y la razón. Por eso mismo no se atrevía a englobar a todos los hombres y mujeres dentro del concepto de humano, viendo a muchos de ellos y sobre todo a sus más inmediatos coetáneos como algo ajeno a la humanidad. Era uno de esos jóvenes que aún creía en el ideal del romanticismo, y que era posible enamorarse de una mente y no de un cuerpo. Y lo más remoto, que esa mente le fuera recíproca en sentimiento.

Así pues, no pasaron más de dos conversaciones con ella sin que cayera en la cuenta de que no todos las personas de su edad fueran lamentablemente a la deriva, llevando consigo mismas a toda la sociedad emergente. Las respuestas, teorías e incluso el propio lenguaje que ella empleaba, sorprendían a Andrés. Caló hondo, se puede decir. Esta situación guardada siempre para sí, empezó a obsesionar a Andrés, dado que él conocía que lo que él pretendía era imposible, ya que ella estaba enamorada de otro, además parecía que no podía ver más allá de sus narices.
Bien es cierto que Andrés nunca hizo por dar a conocer sus sentimientos, más que nada, como es evidente, por su condición de caballero, de saber no entrar en batalla cuando no hay que entrar, y respetar los sentimientos de una dama. Eso sí, no iba a dejar pasar la oportunidad de intercambiar impresiones, de llenarse de ella, sin que ella sospechara, y sobre todo de aprender de ella todo lo que ella supiera y más.
Día a día, conversación a conversación, consolación tras consolación mutua, fue la cosa a mayores, hasta que la cosa llegó a tal punto, que Andrés no podía soportar la impotencia que le producía el saber que ella estaba pasándolo realmente mal y él no podía hacer nada para ayudarla. Le comían las ganas por dentro de transmitirle sus sentimientos, de decirle que la amaba con todo su corazón y lo que era más importante para Andrés, con toda su mente. Le producía una ternura y afecto que nunca había llegado a experimentar por ningún otro ser vivo.

Llegados a este punto Andrés conocía los lugares que ella frecuentaba, casualmente cercanos a por donde él se movía. Andrés frecuentaba por esos tiempos la sombra de cualquier árbol, para en cualquier momento de libertad, devorar las páginas de cualquier libro, de Borges, Ortega o Baroja. Entonces cayó en la cuenta de que ese era el camino por el que ella pasaba todos los días.
Un buen día se decidió, no sabía porque, ni como, pero lo esperaba. Sabía que pasaría en los próximos instantes, reacción espontánea la suya, sentarse a la sombra a leer, y esperar a que ella pasara. ¿Saludarle, un "¿cómo estas?"?, o simplemente verla y cruzar cualquier absurda palabra. Cada vez que alguien cruza la puerta levantaba la vista del libro que tenía entre manos. Los minutos pasaban, ella no aparecía, y Andrés se desesperaba. Después de bastante rato, permanecía con la vista fija más en la puerta que en su interesante libro. Ya resignado, Andrés decidió marcharse, decepcionado. "Soy un iluso creyendo que pasaría, y ya la idea de que malgastará un segundo conmigo, es absurda" - pensaba Andrés.
Estaba recogiendo sus cosas apesadumbrado, cuando un leve vistazo de refilón hacia la lejana puerta y ¡zas! Apareció ella a lo lejos. En ese momento las pulsaciones subieron, la sangre no le regaba bien el cerebro y un cúmulo de sensaciones indescriptibles y espontáneas que nunca había sentido, se apoderaron de su mente, la lengua trabada y sus capacidades cognitivas totalmente anuladas. Volvió a bajar la vista a su libro y no la levantó hasta que ella se acercó y le toco en el hombro entonando un alegre saludo acompañado de una sonrisa pizpireta.
-¡Hola Andrés! ¿cómo estás? - Andrés no sabía ni como se llamaba en ese momento
-Aah, bien bien, ¿tú qué tal? -dijo Andrés casi sin poder articular de la emoción.
-Yo bien, aquí voy.
-Perfecto, yo ya me iba- Andrés espabila que la estas cagando.
-¿Qué haces aquí tan solo? - Andrés bloqueado solo acertó a decir:
- Nada solo leía - Andrés carajos que eso es obvio.
-Yo voy hacía allí.
-... Aaaa
-Bueno, sigo mi camino.
Andrés no pudo quitar su vista de encima, hasta que desapareció por la siguiente esquina, su silueta bañada por la luz del Sol de media tarde ya con los rayos rojizos inclinados, su melena a media espalda lisa y negra como el azabache, el repicar de sus pasos sobre el granito del suelo, el movimiento armónico y sensual de todo su cuerpo al son de los pasos. Todo eso era para Andrés como una sinfonía de sensaciones y visiones que hacían disparar sus emociones. Andrés aturdido, por lo inesperado de la situación, a la vez que emocionado por haberla visto, no se recuperaba de las taquicardias. Siguió sentado dándole vueltas a la cabeza, sin saber porque se había comportado como un perfecto gilipollas. "Dos horas esperando a que pasara, y solo se te ocurre decirle eso, supongo que es lo que suele pasar, Andresito, nunca vas a aprender, a la próxima irá mejor". O por lo menos eso quería creer, porque en un recóndito rincón de su mente, era consciente de que podría no haber una próxima, de que no tenía ninguna probabilidad de que ella se percatara de la situación y de que había desaprovechado una de las oportunidades que tenía de disfrutar de ella, sin que nadie más lo supiera. Así que se levantó y se dispuso a emprender el camino a casa con la sensación de la dulce derrota en la cabeza, y sabiendo que dentro de su corazón siempre caminaría ella, sola, dulce, y sensual, que esa porción de él mismo, sería siempre para ella, se la había robado para siempre, sin poderla recuperar. Sentía que la ocasión de galantear a una dama de las de verdad, de las que se pueden llamar dama sin que se te caiga la boca, nunca llegaría, y tendría que conformase. Porque un caballero ha de hacer lo que ha de hacer para ser considerado como tal.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sencillamente fantástico. Me encanta el uso que haces de la descripción, densa, pero nada pesada. Felicidades! ^^