martes, 4 de marzo de 2008

Capítulo 3: La esperanza del ingenuo (by El Tío de las Tortas)


Tumbado en una acera, junto a una farola apagada, dejaba descansar el alma. No pudo por más que mirar hacia arriba donde infinitos puntos de luz se hacían notar en el oscuro vacío. Y allí postrado, donde su vista sólo alcanzaba a apreciar la esencia de su belleza , el cielo manchado de luz se extendía hasta donde su razón no le alcanzaba, envolviendo todos sus sentidos y absorbiendo sus pensamientos. Estaba contemplando la existencia, el lugar donde se inventó el principio y el final, que da razón de ser a su vida, y no paraba de amontonársele a una rapidez vertiginosa multitud de pensamientos confusos y contradictorios.¡Qué cantidad de estrellas! Se le antojaban demasiadas. Pero a pesar de ello, las encontraba muy solas, todas ellas allí postradas en un mismo lugar y desplazándose a la vez, cada una haciendo su propio camino, paralelo a las de las demás. Un camino que comenzaba en el lado opuesto que las vería morir cuando llegara el día. En su diminuta parcela de cielo cada astro extendía su luz mostrándose sin contemplaciones al universo.Y pensó que era una de ellas: él también poseía su parcela de vida y su propio recorrido. Pero está cada vez más convencido que la carrera del tiempo lo deteriora, haciéndolo más vulnerable e inseguro. Al fin y al cabo la juventud la había vendido, pero aún así no pasaba día que no la recordara.
Cómo olvidar sus días desenfrenados que ahogaban tantos momentos de letargo, renovando día a día su ilusión. La cotidiana imprudencia era la mano ejecutora de la imaginación y la mente, vacía por la edad, no dejaba de absorber como una esponja todo lo que a su alrededor se le mostraba, así se llenaba el saber. Eran tiempos de amistad y lealtad, de vivir con los amigos, esos cabroncetes con los que aprendías a disfrutar o a soportar el dolor de una buena caída. Parecía que todo seguiría así siempre. Pero la juventud corre muy deprisa y llegado el momento el cruel tiempo es el encargado de ponerle la zancadilla. De golpe y plumazo desaparece todo. La expresión de la vida se retuerce como una broma de mal gusto y sus colores expresivos e intensos se vuelven grisáceos.
Volvió a mirar el cielo y le pareció ver rostros en los propios astros, que con expresión de lástima, le miraban fijamente. Cerró los ojos y la imagen se le quedó grabada en la retina. Quizás ellas le comprendían. Pero los pensamientos volvieron a inundar su ser. ¿Qué era en lo que había errado?, ¿en qué momento se desequilibró su vida?.
La edad adulta era un tiempo sin sentido, en el cual la realidad llamaba todos los días a su puerta. Ella sólo le presentaba problemas que los afrontaba cada vez más sólo. La amistad ahora se le mostraba como un recuerdo clasificado en alguna sucia estantería de su mente, como si algún día la guardara creyendo que no la volvería a necesitar.Y la vida se hipoteca al tiempo por una cantidad de miserable rutina. Y todo es secundario menos el trabajo, trabajo y más trabajo. La imaginación se desvanece, ya no se utiliza para vivir o resolver problemas, ahora se aplican fórmulas. Y poco a poco la tediosa razón inunda nuestra forma de ser, adormilando nuestros sentidos, el poco recuerdo que quedaba de libertad.Y nada de esto lo vió venir, así que sin querer fue directo hacia su propio anzuelo. Sin darse cuenta había entrado en una bonita jaula, y en ese espacio tan reducido, sin más horizonte que el de su propia vista, había comenzado a vivir como adulto, renunciando a sus principios y arrojándose a lo meramente cotidiano. Hora tras hora, día tras día, año tras año hacía lo que debía hacer, pero hasta los mejores corredores se cansan. Pero un solo momento hizo derrumbar toda una vida. Y así hizo callar en su mente el ruido del exterior y absorto, con la mirada fija pero perdida, empezó a escudriñar el pasado. No encontró nada que le satisfajera, ni siquiera algo de él que pudiera defender. Y de este modo, por casualidad, vió por vez primera donde se hallaba y tocó con sus propios dedos los fríos barrotes de acero que lo encerraban. La angustia se apoderó de él y miró a su alrededor para pedir ayuda. Nadie lo comprendió, ¡qué iban a saber esos ignorantes si fabricaban su vida artificialmente en sendas jaulas como la suya!.Y no pudo salir o quizás no quiso hacerlo, de cualquier manera ahora no dejaba de mirar el mundo que había al otro lado, por el que se había paseado cuando era joven. Miraba las caras de los que con plena libertad caminaban por él y envidiaba las historias que contaban y los rostros de satisfacción que tenían.Siguió en su parcela acotada pero su carácter ya no era el mismo: sus ojos se cansaron de mirar al horizonte, su forma de ser era más agria, su sentido del humor hiriente y la diversión la convertía en evasión.
Volvió a escudriñar el cielo que seguía inamovible, observándole con infinitos ojos. Arrastró el brazo para coger la botella que había dejado a su lado y le dió un trago. Un ardor le descendió hasta los abismos. Este último trago le había quemado el alma. Su cuerpo se retorció y en posición fetal expulsó hasta el mismísimo diablo.Sus ojos se cerraron al amparo de la noche y sus pensamientos dejaron paso al sueño…

No hay comentarios: